CIUDAD DE MÉXICO.- México superó el sábado el millón de contagios confirmados de Covid-19 y casi 100 mil muertes asociadas a positivos de coronavirus, aunque las autoridades admitieron que la cifra era probablemente mucho mayor.
¿Cómo es que México ha llegado a esta situación? Marchando en forma resuelta e incluso desafiante contra muchas de las prácticas aceptadas a nivel internacional para enfrentar la pandemia, desde el uso de mascarillas hasta confinamientos, realización de pruebas y rastreo de contactos.
Más aún, las autoridades de México afirman que la ciencia está de su lado. El subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, afirma que hacer más pruebas diagnósticas sería “un desperdicio de tiempo, de esfuerzo, de recursos”. También dijo que el cubrebocas “es un auxiliar para prevenir la propagación del virus. No sirve para protegernos, pero sirve para ayudar a los demás”.
El presidente, Andrés Manuel López Obrador, casi nunca usa mascarilla, y López-Gatell, el principal portavoz sobre la enfermedad, lo hace ocasionalmente.
Pero no parece que la ciencia les apoye. Expertos internacionales han recomendado la realización de pruebas a gran escala y aseguran que el uso de mascarillas protege tanto a quien las porta como a las demás personas.
¿Que dicen? ‘No hay evidencia’. No, perdón, sí hay evidencia”, afirmó el doctor José Narro, exsecretario de Salud de México. “Ya en mayo teníamos información, evidencia empírica y empezaban a surgir estudios científicos bien documentados que señalaban la importancia del uso del cubrebocas y el valor de hacer las pruebas”.
Narro señaló que la estrategia del gobierno no se estaba adaptando a la creciente información disponible sobre la enfermedad.
Eso ha sido un rasgo característico del gobierno de López Obrador: no ceder nunca, no cambiar nunca de rumbo, y reafirmarse ante los desafíos.
La principal promesa del presidente a los mexicanos fue que habría suficientes camas de hospital para quien necesitara una, y su gobierno lo ha cumplido en gran medida, pero la población tiene mucho miedo a ser hospitalizada y con frecuencia espera hasta el último momento, punto en que, según los médicos, es demasiado tarde. Este temor no es infundado; a principios de la pandemia, 75 por ciento de los pacientes intubados y puestos en respiradores falleció en la mayor red de atención médica del país.
La gestora de recursos humanos de Ciudad de México Lorena Salas sintió esa resistencia cuando su padre de 76 años, Jaime Salas Osuna, empezó a mostrar síntomas compatibles con el Covid-19.
El ‘quédate’, (…) una premisa principalmente en casa, ¿no? El pensar en ir a un hospital no era una opción, nos daba terror por el miedo efectivamente a contagiarse”, explicó Salas.
En lugar de eso, viajó a la ciudad turística de Acapulco, donde vivía su padre. Al llegar lo encontró delgado, sudoroso y confuso.
En ese momento llegó por paquetería el oxímetro y su saturación (de oxígeno) marcó 77”, recordó, cuando una lectura normal oscila entre 93 y 98. “En ese momento sentí que me caía un balde de agua fría. Nos vimos mutuamente y dijimos: ‘Papi, ¿tienes Covid?’”.
Salas le llevó en auto a Ciudad de México. No quería que le intubaran, pero los médicos explicaron que debían hacerlo. Pasó por dos operaciones, dos intubaciones y resistió durante 13 días antes de morir el 20 de octubre.
Ése es uno de los pocos aspectos en los que ha cambiado el mensaje del gobierno: antes las autoridades instaban a la gente enferma a quedarse en casa todo lo posible, ahora recomiendan a los mayores de 60 o personas con otros factores de riesgo como diabetes u obesidad que busquen tratamiento de inmediato.
Pero en la mayoría de otros aspectos, la insistencia de que el resto del mundo está equivocado y la postura de México es la correcta al parecer ha costado vidas.
Según los datos ofrecidos por Ricardo Cortés Alcalá, director general de Promoción de la Salud, el número de infectados llegó a un millón 3 mil 253, con al menos 98 mil 259 fallecidos por coronavirus.
Desde el inicio de la pandemia, México ha realizado apenas 2.5 millones de pruebas a sus ciudadanos; sólo se efectúan a las personas gravemente enfermeras.
Como las pruebas corresponden sólo a 1.9% de la población, resulta difícil, si no imposible, rastrear eficazmente a los contactos, detectar brotes de manera oportuna o identificar casos asintomáticos.